Descripción

En un tiempo no muy lejano, existía un lugar resguardado por las montañas, rodeado de los paisajes más hermosos que podamos imaginar. Su tierra, rica en nutrientes, proveía las más grandes, sabrosas y deliciosas frutas y verduras; su textura provocadora, sus colores llenos de vida, y al comerlas, se experimentaba una jactancia de felicidad en cada mordisco. Sus lagos, ríos y cascadas eran tan prístinos que, a su paso, llenaban de vida lo que rozaban, como la sangre que oxigena nuestros órganos. Tal cual era el agua que purificaba cada piso, cada flor, cada árbol y a cada ser vivo que gozaba de esta fuente de vida. Pero, así como el agua hidrata el ecosistema, también existían los imponentes árboles que, con su magnificencia, protegían a todos a su alrededor. Gracias a ellos, el mundo podía respirar, y sin poner excusas, y estando agradecidos por tener un significado en su existencia, realizaban con el mayor amor su deber. De tal importancia era el trabajo de los árboles que todos los seres vivos los cuidaban y servían en agradecimiento por su labor.